Domingo, 8 de noviembre de 2009 | Hoy
Ilse Fuskova y César Cigliutti homenajean con su recuerdo a las primeras 300 personas que tomaron la Avenida de Mayo, hace 18 años, para exigirle respeto a la sociedad y proclamar el orgullo de ser.
Por Patricio Lennard
Según fuentes de la organización, en la décimoctava Marcha del Orgullo de Buenos Aires, entre las personas que asistieron se contabilizaron alrededor de 230 mil besos en la boca. En cuanto a la cifra de abrazos, se estima que estuvieron en el orden de los 180 mil, número levemente superior a la cantidad de veces en que los y las participantes se hicieron caricias y/o tomaron de las manos. Como era previsible, ni la policía ni el gobierno de la ciudad difundieron cifras al respecto.
Pero lo cierto es que ayer hubo mucha gente en la Marcha del Orgullo que partió, como ya es costumbre, de la Plaza de Mayo. Hubo gente linda, gente alegre, gente rara, gente menos rara, gente común, gente vestida, con poca ropa, semidesnuda. Gente. Una multitud (¡una verdadera multitud!) que marchó bajo el lema “Libertad e igualdad de derechos. No a los códigos de faltas”, y que les hizo honor a esos pioneros que el 28 de junio de 1992 (fecha en que se conmemora en todo el mundo la mítica revuelta del bar Stonewall en Nueva York) se reunieron frente al Cabildo para emprender la primera Marcha del Orgullo de la que se tuvo noticia en estas pampas. “Era una tarde muy fría. Eran alrededor de las 6 y ya se estaba haciendo de noche. Y nosotros, de pronto (no sé si llegábamos a sumar trescientos) empezamos a marchar por la Avenida de Mayo cantando: `¡Respeto, respeto, que caminan lesbianas y gays por las calles de Argentina!’ No caminábamos por Buenos Aires, sino por las calles de Argentina... Y no dejábamos de repetir esa frase porque brotaba de nosotros con una profunda convicción y orgullo.” El recuerdo es de Ilse Fuskova, referente insoslayable de la militancia Lgbtti –lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex– local y una de las primeras lesbianas que se atrevieron a dar la cara públicamente. “Yo ya había estado en la década del ‘80 en una marcha en Berlín, y había ido también a otra en San Francisco en la que se llegaron a reunir cerca de 300 mil personas. Imaginate, ¡acá éramos 300! Aunque nos sentíamos la vanguardia, y en más de un sentido lo éramos. Esa primera marcha fue para mí la más fervorosa. Era como romper un vidrio. Ni siquiera habíamos pedido permiso: nos largamos a marchar simplemente. Sentíamos el derecho de ocupar el espacio ciudadano al igual que el resto de las personas, y a pesar de que estábamos muy abrigados, con bufandas y gorros de lana, muchos terminamos afónicos porque el estribillo lo repetíamos a voz en cuello.”
Entre los que seguramente perdieron la voz aquella fría tarde de junio estaba Carlos Jáuregui, alma máter de la CHA y organizador de esa primera marcha, la que sin duda constituyó una pieza fundamental en su prédica militante de que gays, lesbianas y trans debían hacerse socialmente visibles. César Cigliutti, actual presidente de la CHA y uno de sus mejores amigos (Jáuregui murió el 20 de agosto de 1996 a causa del sida), recuerda que en las reuniones previas Carlos no estaba del todo seguro de usar para la marcha la palabra “orgullo”. “La palabra orgullo era muy fuerte en esa época. Nadie hablaba entonces del orgullo gay-lésbico, y al principio Carlos pretendía que usáramos otras palabras, como dignidad o libertad. Aunque enseguida entendimos que hablar de orgullo implicaba confrontar con esa vergüenza que la sociedad heterosexista quiso imponernos por ser gays, lesbianas y travestis.”
Y así fue nomás que el Gay Pride anglosajón se tradujo aquí en Marcha del Orgullo. “Recuerdo que aquella tarde estábamos frente al Cabildo y teníamos una gran incertidumbre porque no sabíamos cuánta gente iba a venir –cuenta Cigliutti–. Habíamos hecho una volanteada por todos los lugares de nuestra comunidad, y estábamos con un megáfono y pancartas muy artesanales, escritas con fibra y pegadas con plasticola. Justo ese día había en Plaza de Mayo una manifestación de maestros, y me acuerdo de que Carlos decía: `¡Mirá qué bueno! ¡Parece que somos más!’, y guiñaba un ojo. Y esa incertidumbre con respecto a la concurrencia no sólo se debía a que era el primer acto público y a que la consigna, Marcha del Orgullo, podía parecerle fuerte a mucha gente de la comunidad, sino también al hecho de que iba a haber medios de comunicación, lo que sin duda era un factor disuasivo para quienes tenían miedo de ser vistos por sus familiares, o hasta perder el empleo si los veía su jefe. Por eso, más de la mitad de los que marcharon llevaban máscaras. Máscaras de cartón con una gomita, algunas de las cuales habíamos hecho nosotros mismos, y que lejos de ser un signo de cobardía dejaban a la vista los efectos de la homofobia. De hecho, eso fue un tema de debate: `¿Está bueno hacer una marcha con caretas?’, nos preguntamos. Y concluimos que lo que no se podía hacer era negar una realidad, y que si había gente que tenía miedo de salir a cara descubierta, eso había que mostrarlo.”
Ya desde la primera marcha el itinerario consistió en ir de Plaza de Mayo hasta el Congreso (el verdadero lugar de reclamo), con el objetivo de hacerse dueñas y dueños de esa avenida por la que tradicionalmente han desfilado las expresiones populares y democráticas. “Año a año la marcha fue cambiando, fue un progreso gradual, aunque hubo un cambio muy grande cuando en 1997 decidimos pasar la fecha y hacerla el primer sábado de noviembre, justo cuando se conmemoraban los treinta años de la fundación de Nuestro Mundo, el primer grupo homosexual políticamente organizado que hubo en la Argentina –dice Cigliutti–. Ahí empezamos a incorporar otros elementos, como camiones de sonido, y también se empezó a sumar gente de otros ámbitos. No obstante, recién en la marcha de 2008 los medios hablaron por primera vez de multitud, porque fueron casi 30.000 personas.” Una multitud que ayer se acrecentó, como viene sucediendo desde que la marcha comenzó a hacerse. Más allá de que los besos y los abrazos y las caricias de sus participantes no se hayan podido medir con la misma precisión con que, en función de los metros cuadrados, se calcula, en estos casos, la cantidad de gente.
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